Lo que soñás a veces parece estar tan tan lejos...
hasta que un día, casi sin notarlo, aparece.
Cuando me alejo y veo todo desde afuera,
me doy cuenta que la vida fluye y que lo que fue ya no será.
Cada momento es realmente único. Hoy es hoy.
Siento que dejar algo atrás es también dejar lugar para algo nuevo,
que está ahí, esperando nacer.
Una etapa que deja atrás la otra,
cual torta de panqueques; uno sobre otro, sobre otro,
con relleno de vida.
Estoy abierta para recibir lo nuevo, para vivir y dejarme llevar por lo que quiero.
Hoy es mi presente, como cada día también lo es. Cada momento es especial!!!
... más que palabras, un espacio de expresión de sueños, anhelos, tristezas, creaciones, felicidad... que vive quien escribe
sábado, 24 de julio de 2010
viernes, 9 de julio de 2010
A veces te busco en el cielo
A veces te busco en el cielo...
y creo verte volando sobre alguna nube.
Me gusta sentir que juntamos nuestras miradas
y así te siento muy cerca... aunque no sé dónde estás.
Me gusta pensar que algún día nos volveremos a encontrar
y sentirme una niña feliz por derribar la distancia de la muerte.
A veces te busco en el cielo...
y sonrío, buscando tu sonrisa.
Siento que estás ahí, en cada espacio
libre como el viento que roza mi cara.
Y que no hace falta buscarte, porque estás allí,
acá, cerca mío, para siempre.
A veces te busco en el cielo...
y disfruto de este encuentro imaginario...
y creo verte volando sobre alguna nube.
Me gusta sentir que juntamos nuestras miradas
y así te siento muy cerca... aunque no sé dónde estás.
Me gusta pensar que algún día nos volveremos a encontrar
y sentirme una niña feliz por derribar la distancia de la muerte.
A veces te busco en el cielo...
y sonrío, buscando tu sonrisa.
Siento que estás ahí, en cada espacio
libre como el viento que roza mi cara.
Y que no hace falta buscarte, porque estás allí,
acá, cerca mío, para siempre.
A veces te busco en el cielo...
y disfruto de este encuentro imaginario...
Ella
Hugo es saxofonista y pasa todo el día deleitando a todos con su música debajo de la ciudad, allí donde ocurren muchas cosas, a veces imperceptibles para el ojo apurado de quien regresa a su casa o va a trabajar. A pesar de la locura diurna, Hugo elige seguir tocando su saxo en ese lugar. Será porque él conoce profundamente todo lo que allí sucede, especialmente a una mujer, que todos los días a la misma hora se detiene ante él para escuchar su música, y dejando una moneda de un peso emprende su regreso, quién sabe a dónde. Y él la ve alejarse, con una forma especial de moverse al caminar…Hugo tiene guardada esa imagen en su mente. Verla alejarse le desata pensamientos extraños, una sensación especial en el cuerpo, como si estuviera liado a ella a través de un lazo infinito.
Después de varios meses de observarla, Hugo empezó a imaginarse cómo era ella, esa mujer especial, de ojos negros y pelo oscuro que parece disfrutar al escuchar sus melodías. Y descubrió que lo que lo unía a ella era la tremenda sensación de conocerla de toda la vida. Pero no se trataba de esas personas que uno conoce en la panadería, en el barrio, o en cualquier otro sitio habitual. Simplemente sentía en lo más profundo de su ser que conocía a esa mujer sin antes haberla visto en otro lugar diferente a los túneles del subte.
Cada día que pasaba, Hugo estaba más ansioso y esperaba la hora de que ella apareciera. Sus ojos revoloteaban de un lado a otro mientras hacía sonar el saxo. Y como todos los días, aparecía esa mujer de ojos negros que se detenía ante él. Ahora Hugo descubría en ella una sonrisa inmensa, y unos ojos que expresaban emoción. Pero nunca cruzaron una palabra. A pesar de eso, Hugo continuaba unido a esa mujer, y le llamaba la atención que nadie reparara en ella, siendo tan especial y maravillosa para él. Observó que siempre iba sola y no hablaba con nadie; siempre vestía un piloto azul hasta las rodillas y llevaba puestas botas rojas. Sólo se detenías un instante y se alejaba hacia una de las salidas.
Una tarde Hugo decidió, después de mucho pensarlo, no ir a trabajar y esperarla en la salida del subte dispuesto a hablarle, a preguntarle quién era ella y si sentía lo mismo que él. También deseaba conocer el motivo por el cual llevaba botas y piloto a plena luz del sol, dónde vivía, cómo era su vida y muchas cosas más que, cuando la vio salir del subte, nunca se animó a preguntar. Su boca parecía sellada con pegamento y sólo atinó a seguirla cuando se dio cuenta de que ella no había notado su presencia. Caminó detrás de ella por la avenida, con miedo a que lo viera y se asustara por su persecución. Pero nada de eso pasó. La siguió durante dos horas hasta llegar al río. La noche había desplazado al sol y las estrellas brillaban como Hugo jamás las había visto resplandecer. Su corazón se aceleró cuando ella se detuvo, de espaldas a él, en el acceso al puente que une ambas orillas. Él cesó su andar para mirarla, y se sorprendió al verla esfumarse en el aire, tal como pasa con los sueños cuando llega el despertar. La sensación de Hugo fue extraña, pero no sintió miedo; tan sólo se entristeció, y luego de un instante en el que el asombro y la desolación invadieron su corazón, emprendió nostálgico el regreso a su casa.
Aunque esa noche el saxofonista intentó dejar de pensar en ella, no pudo conciliar el sueño, pero al día siguiente fue a trabajar con su saxo bajo la ciudad. Otra vez la misma locura diurna, las personas enajenadas en sus propios pensamientos… Llegó la hora, y la mujer de ojos negros y piloto azul hasta las rodillas se detuvo ante Hugo a contemplar las melodías de su saxo, y mirándolo a los ojos con una inmensa sonrisa, dejó la moneda de un peso junto con una flor amarilla y se fue hacia la salida, con esa forma tan especial de caminar, unida para siempre a Hugo a través de la línea imaginaria.
Después de varios meses de observarla, Hugo empezó a imaginarse cómo era ella, esa mujer especial, de ojos negros y pelo oscuro que parece disfrutar al escuchar sus melodías. Y descubrió que lo que lo unía a ella era la tremenda sensación de conocerla de toda la vida. Pero no se trataba de esas personas que uno conoce en la panadería, en el barrio, o en cualquier otro sitio habitual. Simplemente sentía en lo más profundo de su ser que conocía a esa mujer sin antes haberla visto en otro lugar diferente a los túneles del subte.
Cada día que pasaba, Hugo estaba más ansioso y esperaba la hora de que ella apareciera. Sus ojos revoloteaban de un lado a otro mientras hacía sonar el saxo. Y como todos los días, aparecía esa mujer de ojos negros que se detenía ante él. Ahora Hugo descubría en ella una sonrisa inmensa, y unos ojos que expresaban emoción. Pero nunca cruzaron una palabra. A pesar de eso, Hugo continuaba unido a esa mujer, y le llamaba la atención que nadie reparara en ella, siendo tan especial y maravillosa para él. Observó que siempre iba sola y no hablaba con nadie; siempre vestía un piloto azul hasta las rodillas y llevaba puestas botas rojas. Sólo se detenías un instante y se alejaba hacia una de las salidas.
Una tarde Hugo decidió, después de mucho pensarlo, no ir a trabajar y esperarla en la salida del subte dispuesto a hablarle, a preguntarle quién era ella y si sentía lo mismo que él. También deseaba conocer el motivo por el cual llevaba botas y piloto a plena luz del sol, dónde vivía, cómo era su vida y muchas cosas más que, cuando la vio salir del subte, nunca se animó a preguntar. Su boca parecía sellada con pegamento y sólo atinó a seguirla cuando se dio cuenta de que ella no había notado su presencia. Caminó detrás de ella por la avenida, con miedo a que lo viera y se asustara por su persecución. Pero nada de eso pasó. La siguió durante dos horas hasta llegar al río. La noche había desplazado al sol y las estrellas brillaban como Hugo jamás las había visto resplandecer. Su corazón se aceleró cuando ella se detuvo, de espaldas a él, en el acceso al puente que une ambas orillas. Él cesó su andar para mirarla, y se sorprendió al verla esfumarse en el aire, tal como pasa con los sueños cuando llega el despertar. La sensación de Hugo fue extraña, pero no sintió miedo; tan sólo se entristeció, y luego de un instante en el que el asombro y la desolación invadieron su corazón, emprendió nostálgico el regreso a su casa.
Aunque esa noche el saxofonista intentó dejar de pensar en ella, no pudo conciliar el sueño, pero al día siguiente fue a trabajar con su saxo bajo la ciudad. Otra vez la misma locura diurna, las personas enajenadas en sus propios pensamientos… Llegó la hora, y la mujer de ojos negros y piloto azul hasta las rodillas se detuvo ante Hugo a contemplar las melodías de su saxo, y mirándolo a los ojos con una inmensa sonrisa, dejó la moneda de un peso junto con una flor amarilla y se fue hacia la salida, con esa forma tan especial de caminar, unida para siempre a Hugo a través de la línea imaginaria.
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